La Aventura de la Mina.

domingo, 27 de junio de 2010




Traicionando los gustos de mis padres, y casi la herencia familiar, yo de chaval siempre prefería la Mina Fontoria a Riaño. Era una cuestión de aventura, de imaginaria aventura para ser exacto. La mina era y es ¡una vieja mina abandonada! no una poza casual entres Santa Ana y Salces. Así que, entre las infinitas precauciones de mi madre y las leyendas absurdas que corrían entre los chavales “si buceas ves las galerías y hay cosas en el fondo”, muchas tardes cogíamos el camino hacia Santa Ana. Íbamos en bicicletas, en aquellas bicicletas que ya habíamos transformado en prematuras “mountain bikes” por el expeditivo modo de arrancarlas los guardabarros y subirlas inverosímilmente el sillín.

El ritual en La Mina era siempre el mismo: una excursión en la cueva a buscar restos que siempre acababa con alguna piedra rara en el bolsillo y luego infinitos chapuzones. A medida que pasaron los años los intereses en La Mina cambiaron. Las leyendas sobre el lugar decayeron, y otras leyendas más cercanas, y casi tan inalcanzables, las sustituyeron. Las chicas ocuparon el lugar de las piedras… y lo hicieron para quedarse como la gran historia de los veranos.



Miguel Ángel Pérez Jorrín

Periodista

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